sábado, 10 de septiembre de 2016

EL CAFÉ DE LAS SIETE

Todos los días paso por un café antes de irme a trabajar, me gusta mi café siempre en el mismo sitio, creo que el café llena un vacío dentro de tu alma, aunque estés frío te hace sentir cálido. Trabajo a las ocho pero siempre estoy listo mucho antes así que me voy por una taza de café, me relajo y pienso sobre la vida.

Entre otras cosas creo que yo ya deje de pensar en el amor… aunque hace años mi concepción sobre él es que era como combatir a un dragón con la mejor armadura, seguramente entre mejor fuera la armadura más rápido se vencería al dragón y se impresionaría a la princesa pero… ¿qué la armadura no serviría también para escondernos a nosotros mismos y ocultar nuestras debilidades? ¿Entonces la chica se enamoraría de nosotros o de nuestra armadura? Y si combatimos al dragón sin armadura... ¿la chica se impresionaría por mostrarnos tal como somos o se enamoraría de otro guerrero que si este usando una?  De cualquier modo, decidí que el amor era peligroso por donde se le mirase y no, no quiero tener que combatir ningún dragón en mi vida.

A todas estas… Me da la impresión de que somos más altos por las mañanas que por las noches. ¡Que bien! ¡Llegó mi café! Huele maravilloso, ya siento la nariz caliente y la crema en forma de trébol se ve estupenda.

– Gracias Frank – le dije al mesonero – Me encanta el café.
– ¿Y a quién no? – me respondió el hombre de color tomándose el delantal verde y haciendo una pequeña reverencia – Que lo disfrute.

A pesar de que Frank siempre se esforzaba en hacerme la figura de trébol – que me hace sentir que tendré suerte – me gusta menear con un mini pitillo lentamente el café antes de beberlo, así que la figura siempre se desaparece entre mis pensamientos. Al levantar la taza para dar el primero sorbo, vi que las campanillas de la puerta anunciaban que alguien había llegado. Se trataba de algo infernal, de una chica. Me empezaron a temblar los latidos, no entendía cómo era posible que mis latidos se empezaran a tambalear a los lados  rebotando y golpeándome por dentro. Me di cuenta que una mujer era como el ron para los pálpitos. Ella se sentó a unas tres mesas de mí, Frank y Graciela la otra mesonera la recibieron con una sonrisa.

– Lo de siempre muchachos por favor – dijo ella con una voz ¿dulce? No sé con que voz lo dijo –  hace un buen clima, ¿no lo creen?

Cuando Frank me pasó por un lado vi que el café que le llevaba también tenía una forma de trébol. Ella lo pedía de la misma forma que yo y eso me ponía más nervioso, me sudaron las manos. La vi tomar su café y luego abrir la revista “people” poniéndose a leer. Sonó mi reloj. Eran un cuarto para las ocho. Me fui a trabajar

Ya en la noche no podía parar de pensar en ella, pero ¿por qué? Si ni siquiera la mire bien, es más no sé muy bien como luce, es la primera vez que veo a una mujer y no sé cómo describirla. Entonces si no fue su físico ¿qué fue lo que me hizo temblar tanto? Me siento como un metal resonando, solo en una fábrica abandonada.

A la mañana siguiente llegué al sitio donde siempre tomo mi taza de calma a eso de las 7:20 am, me senté en la mesa del día anterior y decidí que iba a dejar de pensar en ella, solo era una pérdida de tiempo, no puede ser sano que alguien te descuadre el corazón de esa manera, el corazón tiene un sitio y es allí donde debe quedarse. Saqué mi agenda para revisar algunos apuntes y de repente escucho campanear la puerta de una manera que me congela. Era ella, estaba entrando y una gran sonrisa la adornaba, su sonrisa era como una curva que te llevaba a donde no había camino.

– Buenos días muchachos – saludó viendo a Frank, a Graciela y por último dedicándome una mirada– Lo de siempre por favor.

Sentí que se me congelaban los latidos, que se hacían vidrios y me rompían todos los órganos. Los peores ataques de ansiedad se estaban apoderando de mí y sentía como como mi alma pateaba la puerta de mi cuerpo para salir a buscarla. Fue tan impresionante ese momento en que se cruzaron nuestras miradas y entendí porque me hacías temblar tanto, era porque llevabas café en tus ojos.

Pasó el tiempo y se me hizo costumbre sentarme en la misma mesa y por lo visto a ella también, yo ya no iba a beberme el café, iba a beberme sus miradas, ahora me doy cuenta lo realmente solo que estaba sin ella. Lo curioso del caso es que ahora me gusta que tiemblen las paredes de mi alma cuando su aroma se hace presente. Pienso que al final de cuentas lo de la figura del trébol si tuvo un efecto mágico que no comprendo. Nunca me decidía a hablarle pero a veces ella me dedicaba una sonrisa a sabiendas de que me ponía nervioso y empezaba a moverme con torpeza.

Un día por cuestiones de trabajo decidí mudarme de la ciudad, iba a añorar muchas cosas pero realmente no había algo que me mantuviese atado – sobre todo porque ya no la había visto por un par de semanas –  quizás iba a extrañarla aunque creo que todo irá mejor así, el hecho de que yo me sienta de ese modo con ella no quiere decir que ella sienta lo mismo conmigo, ya ni siquiera la puerta campaneaba anunciando su llegada y paralizando mi corazón. Además, yo ya lo dije al principio, no quiero combatir dragones, no quiero combatir nada, prefiero quedarme así y no traer conmigo otro rechazo y hacer otra vez el ridículo.

Ese día en que ya tenía todo listo fui por mi última taza de café a ese sitio que me gustaba tanto – quizá por su tranquilidad – y me dispuse a leer un poco el periódico, esta vez iba a enterarme de los acontecimientos más recientes y su impacto en la sociedad, quería pensar en otra cosa. Es más creo que la odiaba, creo que odiaba a esa chica y no quería volver a verla nunca más ¡No quiero saber nada de ella! De repente entre mi frustración, alguien baja mi periódico con su mano, se sienta en frente con dos universos debajo de sus cejas, ya no estaba temblando, creo que hasta dejé de respirar, tomó mi mano derecha con la suya y me dijo:

¡Hola, me dicen Poli! 



3 comentarios:

  1. Me encanta como escribes, haces que este alli, sentada en ese cafe como espectador, esperando que pasara lo que paso..

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  2. Casi que me convences de mi propia historia de amor. Lo disfruté al máximo

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