viernes, 21 de julio de 2017

LA DÉCIMA CAMPANADA

Iba yo caminando alrededor de una iglesia, creo que se llamaba “San Pedro” aquel templo, la gente por el lugar estaba muy conmocionada y asustada, todos estaban de luto y después de las seis de la tarde, ya nadie estaba en la calle, todo esto porque hace dos días había muerto el cura de dicha iglesia. Lo que se decía es que alguien lo había matado de una manera demoniaca, pues en ciertas partes del templo encontraron pedazos del cuerpo del sacerdote, pero jamás encontraron el cuerpo como tal. La gente pensaba que el demonio estaba suelto. Mientras me dirigía a mi destino escuché la decima campanada de la iglesia, ya eran las diez de la noche y el lugar parecía no albergar vida.

Sin embargo, algo llamó mi atención. En la esquina de la cuadra de mi izquierda había una mujer, era una mujer muy hermosa, llevaba un vestido blanco, como cortado para generarle algunas puntas rebeldes. Su cabello era negro y largo,  parecía una lluvia eterna bajando a la tierra y subiendo a los cielos de nuevo. Su piel era blanca como la nieve y hacía que resaltara la pintura labial en aquellos labios tan rojos que tenía. Sus penetrantes ojos me hacían pensar que habían mil mundos distintos tras de ellos. Sus senos eran prominentes, sus caderas sensuales y sus glúteos parecían hacerme una propuesta indecente. Llevaba unos tacones rojos muy elegantes y muy sexys a la vez. Me frené de momento y me quedé observándola, entre más la miraba, más me atraía, luego empecé a caminar de nuevo, quería ir hasta donde estaba ella pero ella empezó a caminar también y desapareció de mi vista. Luego me di cuenta que tenía la barbilla manchada de mi bebida de color rojo, cualquiera podría haber jurado que se trataba de sangre.

Al día siguiente me desperté con un ánimo increíble, ver a esa chica tan hermosa me hizo muy feliz, salí al balcón de mi casa y le dediqué una gran sonrisa al cielo. Me sentía alegre y lleno de vida, aquella chica misteriosa, sin lugar a dudas, había despertado muchas cosas en mí. Me dispuse a trabajar, yo trabajaba en aquella comunidad donde había sucedido el incidente con el cura, por lo general salía algo tarde del trabajo. Un hombre de la zona me había contado con ojos de espanto y muy sobresaltado que la noche anterior otra persona había sido violada y despedazada, aquel hombre me comentaba aquello con una voz quebrada por el terror. Había caído la noche y de nuevo estaba yo pasando frente a la iglesia y justo cuando dieron la décima campanada, la volví a ver, volví a ver esa chica que me tuvo todo el día soñando despierto. El viento empezó a manifestarse, había ráfagas algo duras con un frío muy caracterizador, pero a la vez parecía que el viento susurraba cosas.

Me iba acercando más y más a ella, en ese momento yo llevaba el corazón en mi mano metido en un bolsillo y no dejaba de latir. A medida que yo me iba acercando esa chica misteriosa se sonreía, era una sonrisa tierna, llena de mucha luz e incluso tenía algo de picardía en ella, parecía como si me hubiese hechizado. Necesitaba hablarle a esa chica, necesitaba saber quién era. Cuando me faltaban algunos cuantos metros para llegar a donde estaba, ella volteó nuevamente a la izquierda, empezó a caminar y se desapareció de mí vista entre la repentina neblina que arropaba la noche.



Al día siguiente terminé charlando con una mujer que de un modo casi asmático sosteniendo en brazos a un niño de once años, me decía que el hombre con el que yo había charlado tan solo el día anterior, también había sido encontrado violado y despedazado en su propia casa y resultaba ser que ella era la esposa y el niño, su hijo. Sin lugar a dudas ambos estaban muy consternados y no hacían nada más que ver a los lados con ojos de espanto. Salí del trabajo nuevamente y por supuesto, otra vez pase caminando por la acera de la iglesia. A la décima campanada miré hacia la esquina donde la había visto antes, pero no estaba allí, de repente siento recorrer un frío en mi espalda así cómo cuando alguien te observa oculto desde atrás y decidí girarme, y entonces vi a la chica, estaba en una calle angosta a solo unos 30 metros de mi. Yo me empezaba a aproximar lentamente, ella estaba mucho más provocativa y estaba despertando muchos deseos sexuales en mí.

Desde aquella calle angosta con uno de sus pies subidos a la pared me empezaba a llamar con el dedo y con una sonrisa, sentí que algo me estaba creciendo entre los pantalones, estaba bastante emocionado y cuando estaba ya muy cerca, ella se retiró nuevamente caminando, fue todo muy rápido, la había vuelto perder de vista. Me quede en la mitad de aquella calle angosta, estaba un tanto decepcionado, y de alguna manera sentía que alguien me estaba vigilando, como asechándome. Decidí no hacer mucho caso a esos sentimientos un tanto angustiosos y me fui caminando a casa, pensando en aquella chica, se estaba convirtiendo en una verdadera obsesión para mí pero no entendía por qué si quería estar conmigo, se iba y me dejaba solo de repente, así, sin más.


A la tarde siguiente, todos estaban muy alarmados en aquella comunidad, la gente estaba comentando que quien había hecho lo que hizo con aquel pobre hombre había regresado para hacérselo también a su esposa y a su hijo. Según algunos estudios forenses, comentaba la gente, el niño buscó un cuchillo para romperse los ojos para no tener que ver lo que le hacían a su madre y luego se empezó a cortar él mismo por el estómago cuando aquel extraño asesino empezó a hacerle lo mismo que le estaba haciendo a su madre. La noche cayó y una vez más estaba caminando por la acera de la iglesia; una campanada, mi corazón se aceleraba; dos campanadas, empecé a mirar a los lados; tres campanadas, me limpié la barbilla manchada con mi bebida; 4 campanadas, empecé a recordar la figura de la chica en días anteriores; 5 campanadas, el frío empezaba a recorrer mi espalda; 6 campanadas, no había nadie en el lugar; siete campanadas, empiezo a temblar de los nervios; ocho campanadas, comienzo a pensar si la gente creía que esa chica era alguna especie de “asesino”; nueve campanadas, el silencio pareciera estar llorando por querer hablar; diez campanadas, algo me sujeta desde la espalda.

Volteé rápidamente y era la chica de estos últimos días quien me empieza a tomar por uno de los brazos, mirándome a los ojos y sonriéndome muy pícaramente.

- ¿Quieres venir conmigo? – Me pregunta acariciándome el rostro – me gustas, llevo un tiempo observándote, quiero que pasemos un rato agradable.

- ¿A dónde quieres que te acompañe? – le contesté a su pregunta con otra pregunta – lo haré, solo quiero saber a dónde iremos.

- Solo ven – me toma del brazo más fuerte y me introduce a la iglesia por una puerta mal cerrada – subamos al campanario.

Mientras subíamos por las escaleras le pregunte: ¿cómo te llamas? “María”, me respondió. Entonces llegué con María al campanario, no sé si ella estaba consciente que el lugar olía un poco mal, pero realmente eso a mí, no me importaba. Ella me comenzó a quitarme la ropa, yo se la empecé a quitar a ella rápidamente. La lancé al suelo, sujeté sus piernas con mis manos y la comencé a penetrar, se sentía muy rico estar dentro de ella y sentir como mi pene rosaba por todas las paredes de su vagina. Ella gritaba de placer y de lujuria y yo me excitaba más al ver sus senos rebotando de arriba hacia abajo mientras la penetraba, eso me tenía loco. Ella cruza sus piernas hacia detrás de mi espalda, queriendo succionar mi pene todo lo que pudiera con su vagina, me jalaba más y más hacia ella. Ella tenía los ojos cerrados y quiso jalar mis cabellos, pero de repente, cuando tocó mi cabeza mucho mejor, abrió los ojos repentinamente y lanzó el grito más espeluznante que yo haya escuchado durante toda mi vida.

Sus gritos retumbaban por toda la iglesia, ella estaba tan excitada que no se había dando cuenta que estaba tocando mis cuernos desde hace rato y que mientras yo la penetraba, le estaba abriendo el estómago con mis garras. Ella mira a los lados desesperada y ve el cuerpo en descomposición de aquel hombre de Dios y ve el cuerpo en descomposición de otras personas, Mira hacia el techo con mayor atención y ve clavados y despellejados los cuerpos de sus padres que recién los había saboreado en tarde. Centra sus ojos en mí nuevamente y quiere librarse de mi cuerpo pero le resulta imposible, ella grita más duro, ahora puede observar con claridad mi verdadero rostro. Poco a poco le voy rompiendo el clítoris con mis garras, me acerco hacía su oído y le digo: “Tranquila, te mantendré con vida lo suficiente para que seas mi juguete toda la noche”.