lunes, 16 de octubre de 2017

NADA LA MATÓ

Meteoros y rayos y no moría.
Se partió la tierra y nada.
Vino el hambre y ella se movía.
En su ojo, una lagrima envenenada.

Murió el amor antes que su sonrisa.
Llegó el diablo en su bicicleta.
Hubo un cura robando de la misa
Y una monja arrastrándose a la meta.

Un dolor se hizo su amigo.
La sangre su acompañante.
Vivir ya era suficiente castigo.
Con recuerdos felices distantes.

Dios había mirado a otro lado.
Mientras demonios la pisoteaban.
Eran sus hijos esos malvados.
Que proclamaban que la amaban.

No había esperanza ni luz.
Todos los colores sangrando.
No había cristo, solo cruz.
Pero ella seguía andando.

Había días que no amanecían.
Noches que parecían eternas.
Espantosas figuras que reían.
Y ni fuego en las cavernas.

Le sacaron el ojo derecho.
Solo podía, veía a la izquierda.
La dejaron en un piso pero sin techo.
Deseando que por siempre se pierda.

Pero nada, nada, nada, nada la detuvo.
No sabía a dónde ir pero quería llegar.
Fue pateada y encerrada en un cubo.
A un cielo sin nubes quería tocar.

Tirada a punto de morir.
Sintió todo había sido en vano.
Pero algo le tocó el existir.
Era alguien dándole la mano