Todos los días paso por un
café antes de irme a trabajar, me gusta mi café siempre en el mismo sitio, creo
que el café llena un vacío dentro de tu alma, aunque estés frío te hace sentir
cálido. Trabajo a las ocho pero siempre estoy listo mucho antes así que me voy
por una taza de café, me relajo y pienso sobre la vida.
Entre otras cosas creo que yo
ya deje de pensar en el amor… aunque hace años mi concepción sobre él es que
era como combatir a un dragón con la mejor armadura, seguramente entre mejor
fuera la armadura más rápido se vencería al dragón y se impresionaría a la
princesa pero… ¿qué la armadura no serviría también para escondernos a nosotros
mismos y ocultar nuestras debilidades? ¿Entonces la chica se enamoraría de
nosotros o de nuestra armadura? Y si combatimos al dragón sin armadura... ¿la
chica se impresionaría por mostrarnos tal como somos o se enamoraría de otro
guerrero que si este usando una? De
cualquier modo, decidí que el amor era peligroso por donde se le mirase y no,
no quiero tener que combatir ningún dragón en mi vida.
A todas estas… Me da la
impresión de que somos más altos por las mañanas que por las noches. ¡Que bien!
¡Llegó mi café! Huele maravilloso, ya siento la nariz caliente y la crema en
forma de trébol se ve estupenda.
– Gracias Frank – le dije al
mesonero – Me encanta el café.
– ¿Y a quién no? – me respondió
el hombre de color tomándose el delantal verde y haciendo una pequeña
reverencia – Que lo disfrute.
A pesar de que Frank siempre
se esforzaba en hacerme la figura de trébol – que me hace sentir que tendré
suerte – me gusta menear con un mini pitillo lentamente el café antes de
beberlo, así que la figura siempre se desaparece entre mis pensamientos. Al
levantar la taza para dar el primero sorbo, vi que las campanillas de la puerta
anunciaban que alguien había llegado. Se trataba de algo infernal, de una
chica. Me empezaron a temblar los latidos, no entendía cómo era posible que mis
latidos se empezaran a tambalear a los lados
rebotando y golpeándome por dentro. Me di cuenta que una mujer era como
el ron para los pálpitos. Ella se sentó a unas tres mesas de mí, Frank y Graciela
la otra mesonera la recibieron con una sonrisa.
– Lo de siempre muchachos por
favor – dijo ella con una voz ¿dulce? No sé con que voz lo dijo – hace un buen clima, ¿no lo creen?
Cuando Frank me pasó por un
lado vi que el café que le llevaba también tenía una forma de trébol. Ella lo
pedía de la misma forma que yo y eso me ponía más nervioso, me sudaron las
manos. La vi tomar su café y luego abrir la revista “people” poniéndose a leer.
Sonó mi reloj. Eran un cuarto para las ocho. Me fui a trabajar
Ya en la noche no podía parar
de pensar en ella, pero ¿por qué? Si ni siquiera la mire bien, es más no sé muy
bien como luce, es la primera vez que veo a una mujer y no sé cómo describirla.
Entonces si no fue su físico ¿qué fue lo que me hizo temblar tanto? Me siento
como un metal resonando, solo en una fábrica abandonada.
A la mañana siguiente llegué
al sitio donde siempre tomo mi taza de calma a eso de las 7:20 am, me senté en
la mesa del día anterior y decidí que iba a dejar de pensar en ella, solo era una
pérdida de tiempo, no puede ser sano que alguien te descuadre el corazón de esa
manera, el corazón tiene un sitio y es allí donde debe quedarse. Saqué mi
agenda para revisar algunos apuntes y de repente escucho campanear la puerta de
una manera que me congela. Era ella, estaba entrando y una gran sonrisa la
adornaba, su sonrisa era como una curva que te llevaba a donde no había camino.
– Buenos días muchachos –
saludó viendo a Frank, a Graciela y por último dedicándome una mirada– Lo de
siempre por favor.
Sentí que se me congelaban los
latidos, que se hacían vidrios y me rompían todos los órganos. Los peores
ataques de ansiedad se estaban apoderando de mí y sentía como como mi alma
pateaba la puerta de mi cuerpo para salir a buscarla. Fue tan impresionante ese
momento en que se cruzaron nuestras miradas y entendí porque me hacías temblar
tanto, era porque llevabas café en tus ojos.
Pasó el tiempo y se me hizo
costumbre sentarme en la misma mesa y por lo visto a ella también, yo ya no iba
a beberme el café, iba a beberme sus miradas, ahora me doy cuenta lo realmente
solo que estaba sin ella. Lo curioso del caso es que ahora me gusta que
tiemblen las paredes de mi alma cuando su aroma se hace presente. Pienso que al
final de cuentas lo de la figura del trébol si tuvo un efecto mágico que no
comprendo. Nunca me decidía a hablarle pero a veces ella me dedicaba una
sonrisa a sabiendas de que me ponía nervioso y empezaba a moverme con torpeza.
Un día por cuestiones de
trabajo decidí mudarme de la ciudad, iba a añorar muchas cosas pero realmente
no había algo que me mantuviese atado – sobre todo porque ya no la había visto
por un par de semanas – quizás iba a
extrañarla aunque creo que todo irá mejor así, el hecho de que yo me sienta de
ese modo con ella no quiere decir que ella sienta lo mismo conmigo, ya ni
siquiera la puerta campaneaba anunciando su llegada y paralizando mi corazón.
Además, yo ya lo dije al principio, no quiero combatir dragones, no quiero
combatir nada, prefiero quedarme así y no traer conmigo otro rechazo y hacer
otra vez el ridículo.
Ese día en que ya tenía todo
listo fui por mi última taza de café a ese sitio que me gustaba tanto – quizá
por su tranquilidad – y me dispuse a leer un poco el periódico, esta vez iba a
enterarme de los acontecimientos más recientes y su impacto en la sociedad,
quería pensar en otra cosa. Es más creo que la odiaba, creo que odiaba a esa
chica y no quería volver a verla nunca más ¡No quiero saber nada de ella! De
repente entre mi frustración, alguien baja mi periódico con su mano, se sienta
en frente con dos universos debajo de sus cejas, ya no estaba temblando, creo
que hasta dejé de respirar, tomó mi mano derecha con la suya y me dijo:
¡Hola, me dicen Poli!