Hace unos minutos yo estaba
vivo, me encontraba con todas las débiles mentes de alrededor en mis manos, la
manipulación ha sido por siempre mía y ¡solo mía!, ver los rostros
aterrorizados de esos 5 inútiles y de esa estúpida adolescente, al darse cuenta
de que todos habían caído en mi red de mentiras por ser tan estúpidos, me
fascinó. Sus rostros pálidos me generaban la más placentera sensación, eran
demasiados inferiores a mí, yo era el superior, y superior que todos los demás.
Les iba a dar las más dolorosa muerte a cada uno de ellos, mientras se
encontraban pálidos mirándome con ganas de creer que nada era cierto. Sin
embargo, una flecha disparada de un extraño arco llamado pistola en esta era
moderna, había atravesado mi pecho, y cual mariposa se posa en una flor, así me he posado en un
gran abismo que dudo que sea el infierno, pues no creo en él, yo solamente creo
en mí.
Hay una especie de demonio
frente a mí, es alto como de metro ochenta, tiene una cicatriz vertical como de
cuchillo, donde debería de estar su ojo izquierdo, Tiene alas como de
murciélago pero están todas agujeradas, pensé dentro de mí que era una criatura
muy repugnante.
– He de encadenarte – dijo
con voz lúgubre mientras avanzaba hacia mí queriendo ocasionar miedo.
No… ¡no lo hacía! Esa
repugnante cosa no me daba miedo, le miré y avancé hacia él con miradas frías y
en todo arrogantes, porque. ¡YO ERA SUPERIOR! Él en cambio, retrocede con
confusión, al parecer no le encontraba la respuesta lógica a todo esto y, no lo
culpo, seguramente era algún otro imbécil.
– ¿Cuál es el nombre de tu
señor, de tu amo? – Demande con voz fuerte y sanguinaria, e incluso tal vez con
un poco de humor en ella.
– Es la muerte, mi señora y
mi señor es la muerte y estamos…
– ¡Cierra la boca, maldita
sea! – Interrumpí a la criatura – ¡No me digas lo que no te he preguntado y
llévame con él o ella!
El demonio que solo tenía el
plan de venir y encadenarme, ahora se encuentra totalmente aturdido y, aún con
las esposas en sus manos, me obedece y me lleva por un extraño camino de
horror, en el cual él parece muy indiferente. Pude ver claramente en los ojos
de esa criatura con alas agujeradas que se hacía preguntas acerca de mí, pude
notar muy bien que yo le había inspirado miedo. Entrando a una habitación
vacía, él me indica que hemos llegado a nuestro destino.
–En esta habitación no hay
nada porque…
–Calla y lárgate de aquí
porque ¡no te lo he preguntado! – No dejé terminar de hablar a la bestia - ¡No te quiero ver más aquí!
Él Obedece sintiéndose
tratado como basura, sin saber y con mucha indignación en qué momento habían
cambiado los papeles, se retiró como esperando que su señora se “encargara” de
mí. La muerte aparece a lo lejano y se aproxima velozmente, caminando muy muy
lento. Detuvose frente a mí y me observó fijamente. Vi que vestía una gran capa
marrón, pero donde debería estar su rostro solo había la nada, solo aire,
respire del aire de su rostro y me llene de oscuridad. Poco a poco se fue
dibujando en ese profundo aire oscuro dentro de su capucha, un rostro, era mi
propio rostro en ella.
– Una eternidad, un segundo
– dijo en voz baja y penumbrosa la muerte – en esta habitación no hay nada
porque estamos dentro de tu alma, y permanecerás en lo que has cosechado, por
un segundo, por una eternidad.
Pequeños cosquilleos comencé
a sentir que subían por mi espalda, que caminaban y que danzaban en mí como
muñecos siniestros, quizá empezaba a sentir algo extraño, quizá era miedo… ¡NO!
Era sólo desconcierto, nada ni nadie me hace sentir miedo, muy por el
contrario, ¡Yo soy el miedo!, yo soy el rostro del terror más oscuro, cínico y
hermoso que puede haber, y ¡yo soy la muerte! Aquella, esa sucia que esta allá,
no es la muerte, ¡Yo soy la muerte!
– Ven acá maldita y sucia
cosa – demande gritando con ira en esa habitación profundamente oscura – vas a
conocer el maldito horror que hay dentro de ti, que hay dentro de mí.
– No seas tan ingenuo mortal
– me susurró suavemente esa cosa – no creas que puedes hacerme algún daño.
– Yo te hago el daño que a mí
me dé la gana – grite imponentemente – ahora vas a saber que tan muerte soy.
Le agarré por un brazo,
luego le agarré por el otro y no se los quise soltar, esa cosa forcejeaba por quitarse mis manos de
encima, pero le jale hacía mí, vi de forma muy detallada, mi rostro dentro de
su capucha, le mordí los ojos y sentí, que me los estaba mordiendo a mí mismo,
el dolor era insoportable pero también vi a esa criatura gritando con desespero,
enseguida empezaron a hervir sus brazos como para que yo le soltará, se me
quemaron mis manos pero no la solté.
Seguí comiéndome su cara, ya
no tenía ojos, y yo ya no podía ver del todo, sin embargo, pude notar que su
rostro se había hecho un cráneo sin carne, por el cual mucha sangre empezó a
brotar en forma de lágrimas, parecía un río con una fuerte corriente, lo que
salía del lugar que quedo después que me comí sus ojos. Nada me intimidaba,
pero me dolía mucho en todas partes, ¡MALDITO SEAS DOLOR! Bebí de su sangre y
sentí, como si estuviese bebiendo fuego, pero me la bebí ¡Toda!
Esa cosa gemía de dolor, de
desesperación, quería quitarse mis manos de encima pero yo no la soltaba, me
aferre a la muerte como nunca antes me había aferrado a algo, la muerte quiso
escapar de mí, pero no la deje, no la deje huir, ella tenía que conocer el
dolor, el sufrimiento, la impotencia, ella debía conocer a la muerte, así que
me la comí, mordí su cráneo y empecé a triturarlo con mis dientes, aplasté sus
huesos, aplasté los huesos de la muerte, me comí su carne que era mi carne y,
me bebí su sangre que era mi sangre, me había matado a mí mismo y con ello,
había matado a la muerte, pues la muerte sólo existe cuando hay miedo de perder
la vida, pero yo no sentía miedo de perderla, yo no, otros sí, pero yo no.
Tomé la capa marrón que
había quedado en el suelo llena de sangre, me la coloqué al mismo tiempo que vi
a la criatura del principio, me estaba ajustando muy bien la capa mientras veía
el horror en su rostro, esa criatura se metió las manos en la órbita de su ojo
derecho, se lo sacó, lo exprimió con fuerza mientras lloraba y gemía con mucho
dolor, luego empezó a rasguñarse la cara con uñas que parecían navajas, se
desfiguró todo y cayó al suelo, me acerqué, lo examiné, pero había muerto.
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